viernes, 7 de febrero de 2020

Hacia dónde nos lleva la dependencia tecnológica?

Las máquinas y la tecnología, están haciendo que perdamos gradualmente todo tipo de tradiciones, rutinas y aprendizajes que hasta ahora conformaban nuestra vida cotidiana. Esa tecnología que nos hace la vida más cómoda también nos está haciendo perder libertad y capacidad en muchas áreas que ahora miramos casi con desprecio. ¿Para qué pensar si una ordenador puede hacerlo por nosotros? ¿Para qué trabajar con nuestras manos si un robot puede superarnos en velocidad y precisión, ahorrándonos el esfuerzo?

 "los efectos amnésicos de Internet", lo que ha hecho que Google se convierta en muchas ocasiones en un perfecto y accesible sustituto de nuestra memoria. Los científicos destacan que hasta no hace mucho (apenas 10 o 20 años) los seres humanos nos basábamos en nuestra 'memoria transactiva': la única fuente de información fiable habían sido precisamente otros seres humanos. Pero Google (o la Wikipedia, otro buen ejemplo) se ha convertido en esa referencia infalible, esa fuente de información que hace innecesario que tengamos que memorizar cualquier dato.

En realidad los humanos somos muy malos recordando. Nuestra memoria, de hecho, se 'reconsolida' continuamente. Cada vez que rememoramos un dato también lo reconstruimos, modificando de forma sutil ciertos detalles, algo que provoca que cada nueva vez que recordamos algo, este recuerdo se vuelve gradualmente menos preciso -lo que podría tener que ver con que a menudo lo exageremos-. Pero Google no reconstruye nuestra memoria -o más bien, la suya-: la reproduce tal cual la registró por primera vez, salvo que lógicamente esa información haya sido modificada o actualizada de forma automática o manual.

La amenaza está presente en todos los ámbitos de nuestra vida, sobre todo para países desarrollados en los que la tecnología se ha integrado tan profundamente en nuestras vidas que, literalmente, nos está convirtiendo en un poco más estúpidos.


Evidentemente la pregunta podría extenderse a otros servicios y herramientas similares, pero también a productos tecnológicos que evitan que tengamos que esforzarnos demasiado. Uno de los ejemplos que más se citan en los últimos tiempos es el de los lectores de libros electrónicos y sus competidores directos: los libros en papel de toda la vida.
Muchos estudios demuestran que la concentración que se logra al leer libros en papel es mayor que la que ofrecen los dispositivos orientados a leer libros electrónicos.

Las distracciones que generan los dispositivos electrónicos y esa propensión a la procrastinación es una amenaza real en escenarios muy claros. Y el más preocupante, el de nuestros centros educativos, donde la introducción de la tecnología -con portátiles y tablets que prometían una revolución en la educación- está siendo muy discutida -algo que también discutían hace muy poco en The Atlantic-. De hecho, hay un texto cada vez más célebre sobre el tema, 'The Pen Is Mightier Than the Keyboard' en el que se alude a las desventajas de la toma de apuntes con teclado frente a ese proceso con el tradicional lápiz y papel.

El smartphone como asistente tóxico
Es, como decíamos, una de las áreas en las que la tecnología parece estar haciéndonos la vida más cómoda, pero no necesariamente mejor. Los smartphones son probablemente el mejor ejemplo de esa simplificación de nuestra rutina diaria que debemos tratar también de contemplar con cierta perspectiva crítica.
Porque esos terminales móviles sin los que ya no podríamos vivir -y sin los que la gente ha vivido perfectamente bien hasta no hace mucho- nos ayudan en todo momento. Evitan que nos perdamos en el coche, evitan que cometamos faltas de ortografía (algo que no parece importar demasiado en aplicaciones de mensajería instantánea y nos da total licencia para dar una soberana patada al diccionario), y nos permiten realizar cálculos y operaciones rápidas en todo tipo de situaciones.
Nos evitan, como en otros ámbitos, tener que pensar. Tener que recordar. Algo que lógicamente es peligroso y que crea un nuevo paradigma en nuestro uso de la tecnología -que debería ser analizado y diría más, hasta regulado- que puede llevar a situaciones en las que efectivamente acabemos por dejar de esforzarnos. ¿Para qué?

Un futuro aterrador
Es inevitable no hacer todo tipo de elucubraciones con lo que nos depara un futuro en el que la tecnología seguramente tendrá más y más relevancia en nuestras vidas. Las películas de ciencia ficción no suelen ser demasiado benévolas con la humanidad en esas predicciones -aunque casi siempre hay algún héroe salvador que nos saca las castañas del fuego-, y lo cierto es que tanto los estudios como la realidad cotidiana nos hace pensar que las desventajas de esa dependencia de la tecnología podrían ser más perjudiciales que sus ventajas.
Irónicamente, Google -y por extensión, otros buscadores y servicios-, que parece tener todas las respuestas, no parece tenerla a una pregunta muy simple: ¿Google, nos estás haciendo más estúpidos? La respuesta es un silencio binario aterrador. Porque puede que en el fondo Google sí sepa la respuesta y no quiera dárnosla.


Nota: Aunque la reflexión tiene -adrede- un enfoque pesimista y tremendista, la idea precisamente es la de que ese tono obligue a que al menos durante unos minutos reflexionemos hacia dónde nos está llevando la tecnología. Obviamente, las ventajas que ha traído la adopción de todo tipo de tecnologías son asombrosas y bienvenidas por supuesto, como no pidia ser de otra manera, y como convencido absoluto de sus ventajas personal y profesionalmente, simplemente quería apuntar a una realidad patente: la de que hay que ser autocríticos y poco autocomplacientes. No dejéis de pensar. Ni de recordar.