Cuando comencé mi primera entrada sobre los efectos del facebook ya hace algunos años en la vida de las personas, recuerdo que estaba sufriendo de manera paulatina por cuenta de su influencia aun cuando en realidad era poco lo que resultaba "dañando" mi vida. En efecto, se trataba de un efecto creciente que muchos hemos podido llegar a mitigar con algunas precauciones tanto o más agresivas según el nivel de relación que tenemos. Y claro, es que llegado el caso uno debe aprender a alejarse de todo aquello que le resulte tóxico, que amargue su vida, que contamine su paz, que la mine de alguna manera. Lo bueno es que se puede vivir sin publicar todos y cada uno de los pensamientos superficiales que pasan por la cabeza de uno, se puede existir sin anunciar a todo ese enorme cúmulo de personas del internet lo que está aconteciendo con uno. Creanme, no es necesario, no todos esos contactos que tenemos son en realidad "amigos" y todos aquellos que creemos amigos, tampoco lo son. Nuestros conocidos, los compañeros de trabajo, los eventuales compañeros de estudio, no son más que gente pasajera en nuestras vidas...los cuales no nos aportan nada en la realidad, están por pura banalidad y obviamente interés.
Pero nosotros nos encargamos de hacerlos algo más permanente, de no dejarlos ir.
Quizá sea un asunto de soledad, o de la necesidad del ser humano de buscar aprobación, aceptación, de sentir que estamos solos en el universo y que además somos un grano de arena en aquella playa miserable en la que para distinguirnos tendríamos que ser capaces de cambiar el mundo. Para dejar huella, para expresarnos, al parecer tenemos que tener todas las redes sociales posibles y compartir todos nuestros sucesos en ellas. De lo contrario es posible que desaparezcan.
Hoy en día todo es una red social, todo son estados, y lo que antes podía llegar a ser criticado con respecto al "qué estás pensando" del Facebook se trasladó a una serie de historias que no son otra cosa que la necesidad de la gente, como dije, de buscar aprobación frente a todo lo que hacen.
Cada cual sabe la vida que tiene, cada uno la vida que se da. Pero las historias de las redes sociales, las imágenes con etiquetas geo localizadas, no muestran las facturas por pagar, no muestran el estado de la cuenta de ahorros, ni el estado de endeudamiento de las tarjetas de crédito, tampoco la realidad de nuestros problemas...que todos los tenemos y quien diga o aparente que no los tiene miente como un bellaco.
Depresión y ansiedad, en efecto, eso es lo que causan las redes sociales. Yo mismo he pasado por ahí y es la razón por la cual durante el final del año anterior empecé a ver mas allá de lo que hay detrás de esta vida virtual que no refleja de la realidad y ya principios de este empecé a alejarme de las mismas totalmente. Muchas personas compartiendo las fotos y vídeos paradisiacos en los que yo hubiera querido estar. Y mientras en mi caso no existieron tales vacaciones, sino un periodo de inactividad por cuenta del desempleo, pude ver cómo otras personas se detuvieron al menos durante dos semanas, otras durante todo un mes, otros durante meses. Claro, quizá tenga que ver con que mucha de la gente que es muy activa en redes aún están en edad escolar, (mentalmente) y su vida “alejada de la realidad terrenal” es el disfrute.
Alguna vez indiqué respecto de facebook, que su semilla se había venido cultivando en casi todas las personas "sin reparo de edad o condición social y ha creado toda una cultura detrás de este modelo de negocio que mucha gente no entiende; y es que nada en el mundo es realmente gratis, pese a que nos han vendido la idea de que en internet todas las cosas están dispuestas enteramente para nuestro disfrute". Pues bien, eso hoy en día es cierto incluso de otras redes como Instagram, Twitter, Snapchat y por supuesto el temible WhatsApp.
Basta hacer un examen del tiempo que consumimos en consulta del feed de Facebook o Instagram para darnos cuenta de que algo está mal. Y de Snapchat no hablaré porque a pesar de conocer lo infame que es, no he sido capaz nunca de instalarlo, me parece algo eminentemente adolescente y el hecho de que sus filtros y estados se hayan esparcido como una infección hacia todas las demás redes sociales me hace temer.
Entonces, gastamos más tiempo del que tenemos para ello en ver estados, y estos cada vez son más sosos y nada interesantes, pues la gente ya relata cualquier estupidez de su cotidianidad como si esto fuera un momento de verdadera exaltación, algo para admirar o celebrar. Y sí, quizá esto pueda llegar a ser así en el caso de estas personas que tienen vidas realmente interesantes, los que quizá, en virtud de lo mismo, tengan millares de seguidores. Sí, de eso se trata la vida, de que nos podamos medir según la cantidad de personas que están dispuestas a celebrar cuanta estupidez hagamos. Cuando usamos las redes como medio o forma de expresión de nuestro cuerpo (las fotos lindas que comparte esa gente que es estéticamente agradable), o de nuestro espíritu (cuentas de fotografía, arte o música).
Y es que no todo puede ser malo. Ver arte, o las expresiones del espíritu de otras personas es estimulante, despierta la creatividad y lo llena a uno de alguna manera. Lo bello, aquello que cumple con nuestras necesidades estéticas siempre tendrá cabida en nuestras vidas. Pero no pasa lo mismo con esas continuas selfies, fotos con amigos y estados, cientos de miles de estados en que se le muestra a los otros lo mucho que se "disfruta" la vida. ¿Es necesario?
Yo mismo he pecado por consentir el eterno devenir de las redes y adaptarme a ellas en algunos momentos de mi vida, pero a mí me causan aburrimiento luego de algún tiempo o simplemente me saturan. Hoy en día ya no uso Facebook como fuente de información y para encontrar absurdos memes, manidas frases y estupideces (sin contar las fake news que abundan por doquier) prefiero seleccionar lo que me interesa en cualquier otro medio sea digital o analogico. Me gusta la imagen, el arte, la fotografía, la música y por eso siempre he tenido un enorme gusto por Pinterest.
Me he beneficiado en más de una ocasión de las mensajerías presente en todas las redes que he usado, pero también me encuentro sometido por la aplicación de chat por defecto, aquel maldito WhatsApp que es usado por todo el mundo para mantenerlo a uno controlado. Desde las personas del trabajo para hacer que uno trabaje en horas y momentos en que debería estar descansando hasta para lidiar con el aburrimiento de otras personas, que, por supuesto, pretenden que uno esté disponible siempre. ¡Siempre! El móvil, el celular, es un instrumento esclavizador, hay que ver todas las veces que en el día volteamos a observarlo, a veces con la única intención de consultar la hora, y otras tantas por cuenta de las malditas notificaciones. Y es que hasta las Apps vienen programadas para que se nos notifique en el momento en que las tengamos descuidadas. Tal vez no les haya pasado y eso significa que son adictos al teléfono y a las redes, pero cuando no consultan las redes o el móvil en muchas horas o días (esto último impensable para la gran mayoría ), estas les producen notificaciones indicandoles que "x" o "y" persona han subido contenido que no hemos visto. ¿De veras? Y la configuración de notificaciones se ha hecho oscura, compleja, de forma que ya no es posible dejarlas de lado, o al menos a mí me resulta imposible el buscar cómo eliminarlas para siempre.
Ya en mi reflexión sobre Facebook lo había dicho, que cada cual usa estas herramientas como mejor le conviene a sus "instintos, perversiones, pasiones y modos; Y es que mucha gente necesita un escape de la realidad, la cual satisface a través del móvil, protegido por la complicidad del anonimato, escudado por el silicón y los micro circuitos". Allí en internet, donde mucha gente "construye su personalidad como mejor desea que la vea el mundo, a la final es tan solo es una forma de satisfacer el morbo –sabiendo de otros- y la necesidad de mostrarse al mundo, ya que parece un mal de época el querer destacarse -¿exhibicionismo?-".
"En un universo -el internet- donde confluyen múltiples niveles de discurso, diversidad de género, edades, y condición social, es natural que se presenten roces, altercados y verdaderas hecatombes; La intención allí se desdibuja, no tiene sonido, no tiene emoción, no tiene cuerpo, no tiene alma, no tiene nada". Basta recordar que nuestro mundo cada vez carece más de naturalidad, no hay arraigo cultural, tan solo expresiones seudo proteccionistas y liberarles respecto de las reivindicaciones culturales; cosas de moda (maldita modernidad). Existen fallas profundas en la educación básica como ya lo indiqué en aquella vieja reflexión "de esa [educación] que nos enseña a pensar y a tener “competencias” desde el parvulario". Las redes sociales entonces, tanto como lo es -y sigue siendo- Facebook, son herramientas limitadas y limitantes respecto de la comunicación, que no le permiten a la persona ver "más allá de sus posibilidades sociales". Se nos obliga a compartir, se nos condiciona a pensar en términos de lo que hacen los demás, a desear su status, a buscar vivir esa otra vida que se desarrolla en otras latitudes, que es feliz porque nadie se toma selfies con su peor cara o al menos con su cara normal. Todo esto es una mentira, y si llegará a ser verdad, pues es la verdad de otra persona con menos limitaciones y problemas, que quizá gozó de suerte, de dicha, de dinero (quizá).
Yo los invito de nuevo a dejar a un lado el móvil en especial cuando estamos con nuestras personas especiales, con nuestros amigos, con toda esa gente que nos importa y merece de nuestra atención. No carguemos con el chat, las redes sociales, la aprobación, las historias, los estados y los "me gusta", durante todos y cada uno de los momentos de nuestras vidas. Instagram no nos ayuda con las deposiciones, Facebook no nos facilita el baño, Whatsapp no ayuda a que las charlas con nuestros cercanos sean más significativas. La pantalla no acelera la digestión ni la mejora. Dejemos de ser zombies sometidos a las notificaciones. Olvidémonos durante un momento al día todo esto que nos controla a cada minuto.
Cerremos los ojos, reflexionemos sobre lo que en verdad nos hace falta, más allá de las imágenes de bellos, famosos y exitosos, más allá de las selfies, de los paisajes, de los vídeos supuestamente graciosos y morbosos y de las historias de felicidad de otros. Vivamos nuestras propias historias y guardemos estas para nosotros mismos, volvamos al placer de la intimidad, a la complicidad de ese momento del que nadie más supo, aquel instante, aquel momento que es solo nuestro, que no necesita de alguien más, porque somos seres completos y no estas marionetas huecas que requieren a toda hora la aprobación de alguien más. No funcionamos con un "me gusta" como combustible, lo que necesitamos es amor, afecto, tanto propio como de otros, y real, porque ningún emoji reemplaza a ese beso que lo deja a uno temblando y con calor en el cuerpo, y ningún "me gusta" es tan reconfortante como ese abrazo que lo transporta a uno y le hace sentir que todo, todo, va a estar bien.